La vida del pelotari

Jai Alai News

Durante muchos años, la imagen del pelotari que ha calado en gran parte de la población ha sido la del bon-vivant. Dinero en el bolsillo, buena vida, juergas, etc. En algunos casos particulares, una fama bien merecida, pero sería totalmente injusto apropiarse de una parte de la realidad y olvidar todo lo demás. Por un lado, la profesionalidad deportiva que fuera de toda duda han mostrado siempre en la cancha. Y por otro, los sacrificios que la vida de pelotari trae consigo.

Todo ha cambiado. La forma de sacarse la vida, la perspectiva de futuro, la diferencia económica y social entre países… todo. Con la visión actual del mundo, no se puede imaginar ni entender lo que ha sido ser pelotari.

El pelotari ha sido aquel que, todavía adolescente, ha tenido que salir de su casa con 15 o 16 años porque no había futuro. Partían hacia Mallorca, Zaragoza o Las Palmas, dejando atrás la protección de la familia. El pelotari ha cobrado sueldos para pagar justo justo sus gastos de pensión o manutención, y a veces ni eso. El pelotari ha conseguido contrato para jugar en EEUU pero completando allí temporadas de tres o cuatro meses, porque era lo que duraban, y se tenía que buscar la vida para el resto del año, en Daytona, Tijuana, jugando partidos en Durango, Markina o Gernika, o donde sea.

El pelotari es aquel joven que después de soñar con ir a América se topa con la huelga del 68 y se le acaba la carrera, y con ello, todos sus sueños. O el que siendo figura en el 68, va a la huelga y se queda en la calle, literalmente, teniendo que agarrar las maletas y la familia, y encontrar acomodo en Barcelona, Bilbao o donde pueda. El pelotari ha hecho de piquete en la huelga del 88 mientras pintaba casas, arreglaba tejados o colocaba fences de jardín para sacar adelante a su familia. Un sacrificio colectivo. Muchos se tuvieron que retirar. El pelotari ha inaugurado frontones, y los ha cerrado. El pelotari ha sufrido lesiones, impagos y despidos. El pelotari ha jugado ante 2.000 personas y en frontones vacíos. Al pelotari se le ha acabado la pelota y ha tenido que reinventarse, en la mayoría de los casos, sin tener estudios, abriendo un bar, vendiendo carros o dando masajes. Unos no han podido desligarse del mundillo porque su vida es la pelota. Si no es de intendente harán de ayudante, si no es de ayudante harán de juez, y si no es de juez trabajarán de public relations en el frontón… porque llevan el Jai Alai en las venas.

El pelotari ha compartido casa con unos y con otros. Ha rentado y ha comprado. Ha tenido una hija en West Palm Beach y al siguiente hijo en Newport. Y éstos, para cuando han hecho amigos, han tenido que cambiar de ciudad y de escuela, y empezar otra vez de cero. Ser pelotari es volver a Euskadi después de tantos años, metiendo todos los recuerdos en cajas y dejando toda una vida atrás. O no volver, porque entre que los niños todavía están creciendo y nos lo pensamos, ha pasado el tiempo, y la vida. El pelotari, aún estando bien, está fuera y echa de menos lo de aquí. Como dice José Manuel Orbea en su entrevista a «Zesta Puntaren Lagunak»: estar en Markina y poder hablar con cualquiera en la calle, o ir al bar Mayo, es lo más grande del mundo. «El alimento del alma», le llama.

No son buenos tiempos para el pelotari. Pocos frontones y además problemas con las visas. Cada cierto tiempo cambio de dueño en la empresa y a ver qué pasa. En Euskadi temporada de verano, y no hay más, porque aún llevando gente al frontón, los “tiros”, el apoyo institucional, van por otro lado. Y ahora el coronavirus: verano desierto e incertidumbre de cara a final de año. En Dania han salvado el 2020 y a prepararse para negociar el siguiente convenio. México, adaptándose a lo que debe ser su oferta. Los números mandan.

Pero el pelotari tiene la gran ventaja de que practica el deporte más bello del mundo, y eso, nunca va a cambiar. Es el que da espéctaculo en la cancha, hace gozar y levanta pasiones.

«¡De volver a nacer, otra vez pelotari!», dice la gran mayoría. Buena vida, sí. Pero no exenta de sacrificios.

Antes y ahora, ¡larga vida al pelotari!

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